domingo, 22 de agosto de 2010

CUENTAME UNA DE VAQUEROS

Les contaré algo. Cuando fui registrado se equivocaron en mi acta de nacimiento, en lugar de poner una “n”, por error de dedo o falta de una buena visión la estúpida mecanógrafa puso una “M” y entonces mi apellido cambió.
Mi mamá se dio cuenta de esto hasta que fui al parvulitos (o sea güey, el kindergarten) pero ya las rucas que me amaestraban para poder tomar las crayolas y rayar el baño de las niñas, la asustaron con ideas extravagantes sobre mis talentos ambidiestros. Incluso, no falto alguna que le pregunto sobre los supuestos rituales cristianos y al obtener la oportuna respuesta negativa, juraba que “así le había pasado a una amiga de una prima suya, que tuvieron que limpiarla con muchos huevos, muchas hierbas, muchos charlatanes brujos”. Pero eso si la Miss bien católica.
Entonces mi padre viajaba tanto y mi madre siempre envuelta en llanto no le quedaba de otra que aceptar las miserables muestras de amistad de sus secuaces del kindergarten, que de paso le causaban intriga sobre la inconstante presencia de mi padre, mamás de amigos y amigas mías, haciendo gelatinas multicolores, adornos de migajón de pan que con pegamento endurecía y creaba las esculturas más horrendas y demoniacas que mis ojos pudieron contemplar en mi niñez, incluso vendía bolsas de piel de cocodrilo con un catalogo que llevaba a todos lados, incluso cuando íbamos a misas.
Y así pasó el tiempo… y mi mamá jamás cambió mi apellido, así mi certificado de la primaria y secundaria quedo con este nuevo apellido mío, del que tanto mi mamá se cacareaba, mi abuelo se avergonzaba porque solo tuvo una hija y ningún varón y creía perdido el apellido y encima de todo ya en la secundaría, mi padre abandonó definitivamente a mi madre y mi abuelo gritó cuando se enteró de la negligencia de mi madre “y para eso se llamó Cocter, para que su imbécil padre te abandonará, sin dejarte un quinto y con un apellido mierda de perro de mediana estatura, y encima de todo, eres tan pendeja que no pudiste leer su acta de nacimiento, encantada de que ese zorro astuto te hiciera un hijo”
Mi madre trabajaba mucho porque era muy orgullosa y jamás acepto la ayuda de mi abuelo. Mi abuela nos llevaba a escondidas comida, y a pesar de que no me desagradaba estar solo casi siempre en mi casa, ya los buenos goces de la adolescencia me pusieron un par de amigas “para invitarlas a ver películas en mi VHS en casa” Y aquí es donde aprendí a contar las de vaqueros.
Y entonces me aprovechaba de mi apellido mamón con falta ortográfica a la negligencia mexicana. Si las nenas hubiesen sabido que mi mamá trabajaba como vil burócrata en la SEP tramitando pensiones para pendejos maestros huevones, y que le pagaban bien poquito, que casi comía huevo todos los días. Bastaba ver donde vivía, un multifamiliar horrible con unas plantas moribundas y cuatro gatos que se ponían mas avispas que yo y cuando me quedaba dormido se tragaban lo que mi abuela dejaba sobre la mesa. Pero las Girls bien emocionadas me creían todo lo que yo les decía. Que mi papá tenía pedos con Hacienda y estábamos huyendo de la Ley entonces, teníamos un chingo de varo pero estábamos haciéndonos los incautos. A otras les dije que mi padre había muerto, pero que toda su fortuna la había dejado intestada y por eso pasábamos hambres… “pero espera que los abogados lo arreglen, cosa de un par de meses y verás todo lo que te compro”. A las más hard de plano les decía “mi mamá le dio una lana a la del registro civil para ponerme estos apellidos, porque no quería que fuera uno más, pero la neta mi mamá se apellida Pérez”. Y todas, todas, me besaban.
Ya en la Universidad, no falto el maestro gandalla que se mofaba de mis apellidos, que estaban mal escritos, que si raza de perro, que si era el Lord naco de México, que sí muy, muy, que si tan, tan, que etcétera, etcétera. Y yo aunque me cagaba muy en el fondo sus pinches bromitas pendejas, siempre le contestaba ¿pero qué culpa tengo yo? así me toco llamarme. Y peor, el maestro exhibía mi falta de huevos ante todos y yo solo reía como pendejo. Pero las nenas se acercaban, “si, si, es un puto, si, si, dale chance, si, si… oye se te ve muy bien esa minifalda, si, si, déjalo ser, oye ¿dónde vives?”.
Soy un pinche patán, si. Pero también las womans ¿de dónde sacan que porque tienes un apellido raramente naco puedes tener lana? ¿o qué ondas de pensar “qué chido se escucharía este apellido a mi hijo”? ¿y si soy un hijo de la chingada? Pues el bastardito tendría mi apellido eso no importa.
Me cague cuando supe que mi papá tenía otra familia, y que las bastardas (con las que ahora me llevo muy bien) gozaban de una vida que mi madre y yo jamás habíamos tenido. Me cague tipo infección por comer en la calle en puesto con bolsas de agua para las moscas, cuando me enteré que todo ese tiempo mi padre había mandado dinero a mi madre para mantenerme y mis estudios. Me cagué al pensar que nunca tuve un pinche quinto para invitar a una chica al cine, y yo siempre bien pinche estudiosito no trabajé hasta los 21 años y hasta entonces supe lo que era invitarle una torta a una chava.
Pero mamá dijo: “si te lo oculte fue por algo, y no entenderías” –A huevo, soy pendejo.
Mi papá dijo: “me fui porque tu madre y yo no podíamos seguir así, pero siempre te he amado” –A huevo que sí daddy.
Mi profe dijo: “Lo aprobé señor Cocter, porque es un buen estudiante, si fue uno de los dos que aprobaron la materia es porque se lo merece, no por mis chascarrillos” –A huevo puto, soy un pendejo, por eso pase.
Mi amigo dijo “estaba pedo wey”, mi chica dijo “estaba peda”, el valet parking dijo “ya estaba rayado jefecito”, mi jefe dijo “a nadie le he aumentado wey”, mi abuela dijo “tu abuelo jamás pensó eso de ti mijo, aunque no fueras hijo de mi hijo, te queremos”, y así, aprendí a sonreír, y tramitar sonrisas.
Obvio que todos los cabrones hombres cacareamos ¡te amo! ¡te quiero un chingo! ¡anoche pensaba en ti ¡ ¡me voy a casar contigo! ¡eres la única! ¡yo jamás haría eso! ¡disculpame, jamás lo volveré a hacer, lo juró por mi mamá, que mi papá se muera, que se me caigan los huevos, que me vuelva puto si lo vuelvo a hacer! ¡es que no soy perfecto, soy un ser humano, no me exijas tanto, yo te amo!
Y, etcétera, etcétera.